Que sí. Si está más claro que el agua. Que tiene menos gracia que Juan Pablo II. Es menos viajero, tiene una cara menos afable, más dura, de esas a las que queda mejor un reproche que una sonrisa. Que sí, que conecta menos con el pueblo y a algunos católicos – entre los que me cuento – nos gusta menos que el otro. Mi mujer, que es muy buena persona, dice que este Papa es más de leer que de escuchar. Pero a mí eso me suena a excusa de santo. Y la verdad es que este Benedicto XVI queda peor en la tele y en las fotos. Eso es indudable. Y, además, ese rollo de que ha sido el Inquisidor de la Iglesia ha calado en la marabunta que, que jaleada convenientemente por algunos que odian a la Iglesia, ha hecho que gente de bien mire con cierto recelo a un hombre sobre el que descansa una responsabilidad enorme y que nadie quiere. Ni los cardenales. Un pariente mío, que fue cardenal durante muchísimos años, me dijo un día: "Para ser cardenal, hay cola. ¡Pero para ser Papa no hay ni uno!". Y es que el Cardenal Javierre, además de ser un santo y un teólogo de una gran finura, era una persona muy divertida.
Hay buenas biografías sobre Benedicto XVI y más que las habrá. Un sacerdote amigo mío, Pablo Blanco, ha escrito un libro que debe de ser una maravilla y que un día, probablemente cuando ya no sea Papa, me leeré. Pero yo, que de Ratzinger sé más bien poco, sé algunas cosas. Por ejemplo, que en la época post conciliar, entre floridas interpretaciones del Vaticano II y la efectiva estrategia de penetración marxista en la Iglesia, concretamente en las comunidades de base, con gran expansión en Iberoamérica pero también en España y Europa, con el apoyo intelectual inestimable de la teología "progresista" alemana y algunos jesuitas españoles, no fue sino el cardenal Ratzinger quien se mantuvo firme como una roca frente a esas desviaciones liberacionistas. O sea, marxistas en su inspiración, constitución y praxis. Vacías de teología y llenas de una antropología directamente marxista. Fue Ratzinger (y obviamente Juan Pablo II) quien luchó como pudo contra esa marea, desde mi punto de vista, perfectamente orquestada en aquella época por el marxismo internacional, de manera que caído el muro, se acabó la teología de la liberación, aunque no sus efectos en forma de profunda división de la Iglesia en muchos países, sobre todo latinoamericanos,
Mientras su amigo Küng desbarraba (es así, son amigos), él mantuvo incólume el dogma. Y sí, ya sé que eso es especialmente molesto para los que piden que el dogma se disuelva como una azucarillo y que el derecho divino positivo pase a ser derecho (o no) mundano para que la Iglesia se haga más comprensiva con los que quieren amancebarse con la mujer del prójimo sin mayor consecuencia o aquellos que quieren que se abra a la gran verdad de que la persona es o no es persona dependiendo de lo que apruebe un parlamento (como si algunos cientos de representantes - alguno profundamente tonto - pudieran conformar realidades que exceden de sus pobres entendederas), o aquellos que, con la excusa de un gran amor eclesial (me descuajeringo de risa), no tienen contemplaciones en masacrar a todos los que guardan estricta fidelidad a la Iglesia y a Cristo.
Y ha sido Ratzinger quien, con un par de narices - ¡ya era hora! – ha empezado a destapar los nauseabundos casos de pederastia en la Iglesia. Y a pedir perdón. Y a decir que se han hecho las cosas muy mal. Y a provocar una crisis en la Iglesia de la que saldrá – sin duda -más pura. Sólo me ha faltado que entregase uno por uno a las autoridades a todos esos hijos de mil padres, abusadores y violadores, para que purgaran en la tierra todo el mal causado, antes de que revienten y se pudran en el infierno o donde vayan a ir esos delincuentes. Gentuza.
Este sábado iré a recibirle al Palacio Episcopal con mi mujer y los siete hijos.
Y al día siguiente iré a verle a la Sagrada Familia, con mi mujer y los siete hijos.
Por todo lo anterior y, si, también para molestar a esa peña que odia a la Iglesia. Pero sobre todo porque, con sus enormes imperfecciones – mínimas comparadas con las mías -, es Cristo en la tierra.
Y eso es muy serio. Para un católico, demasiado serio como para no ir.
Bienvenido, Benedicto XVI.
y ole!
ResponderEliminarCris
bestial! con un par.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho este post, por su autenticidad :-) No creo, sin embargo, que Ratzinger sea de aspecto tan antipático como lo pintan. Es decir, hay mucho de estereotipo. A medida que lo conozco mejor, que lo leo más, me encuentro con un hombre cercano, profundo, de una claridad meridiana al expresarse, y con una sensibilidad que ya quisieran algunos. Todo esto son conceptos opuestos a distante, frio, lejano, etc.etc.
ResponderEliminarY realmente lo pienso así. Es decir, no son razones improvisadas para dejar al Papa en buen lugar, pues al final lo que importa es que es el Vicario de Cristo en la tierra, por eso le querría igual aunque no tuviera tantas virtudes o atractivos. Pero, realmente, los tiene. Y es justo reconocerlo.
Felicidades, Carlos, por tu blog, muy ameno :-)
Jorge, gracias por el comentario. A lo mejor es que el anterior tenía un aspecto más afable y éste más intelectual. En cualquier caso, lo verdaderamente importante es que maneja el timón con firmeza. Y eso a mí me gusta. Si no, pa qué necesitamos Papa?
ResponderEliminarCarlos: Soy tu padre. Al leer lo que has escrito, sólo puedo decir: ¡¡OLE MI HIJO!!
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte.
Es que en España acaso no estemos acostumbrados a la enorme cultura que tiene y desprende Benedicto XVI... ¿No será que para nosotros, por desgracia, un intelectual es otra cosa?:
ResponderEliminarSi un culto se quiere ser,
y se quiere de verdad,
hay que imitar a Sardá,
Ramoncín, Massiel, Bosé,
Almodovar, y Bardem…
Intelectuales de altura,
que defienden con bravura
todos los nuevos preceptos
en que creen nuestros adeptos
del “mundo de la cultura”.
A mi me gusta más este que JPII, que le voy a hacer. Es que tengo yo un ramalazo de elitista que tanto populismo me agotaba. Lo respetaba y creo que fue necesario en su momento. Pero la verdad, el rollo "gruppie" a mi como que no. Y este me gusta mucho más. Es para ser oido y escuchado...y también leido...y también visto. Me gusta su firmeza, su finura intelectual, su lenguaje culto lejos de mensajes fáciles, su diplomacia (cómo sabe decir lo que cree sin ofender- aunque cuando uno quiere ofenderse se ofende aunque solo le miren, como hemos comprobado). No sé, me gusta más
ResponderEliminarVoy a reconocer que a mí me da un poco de susto su mirada, pero escuchar su defensa de la familia en este país de chichinabos fue un puntazo. Y pasarle por el hocico a Zapatero el trapo sucio de su laicismo, otro. Y tirar de la oreja a esta pandilla de asquerosos que tienen la desvergüenza de abusar de los niños escondidos bajo su sotana, y apartarlos de nuestra iglesia, será el despertar de esta suerte de letargo que vivimos.
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