viernes, 26 de febrero de 2010

Discriminando, que es gerundio

¡Que no, Bibiana! Que por mucho que te empeñes en afirmarlo, la mujer no es un ser inferior. ¡Que no, tontita! Que por mucho que te empeñes en convencernos, la mujer no es un objeto sexual. ¡Que no, Aído, que no! Que por mucho que gastes la poca viruta que tienes en proclamarlo, la mujer no es un ser discapacitado. ¡Que no! Te lo digo yo, que lo sé. La mujer, señora Ministra, es un ser humano igual al hombre en dignidad, derechos y oportunidades (no hablo de la situación actual de las laborales) y profundamente diferente en cuanto a capacidades. Es simple, ellas tienen más.

No es que haya hecho un estudio, ni siquiera he leído estadísticas. Pero me las conozco muy bien. Obviaré el pequeño detalle de que tengo seis hijas y un hijo, y me centraré en el pequeño detalle de que llevo más de veinticinco años trabajando codo con codo con ellas. Y sé que los próximos veinticinco tienen sexo: femenino. No hay quien lo pare – ni falta que hace -, sólo hace falta echar un vistazo y darse cuenta de que de aquí a nada los puestos de responsabilidad estarán copados por mujeres. Lo sé porque ya se han hecho con el poder en otros escalones de las empresas. Y van subiendo. Lento, porque este es un país cutre de narices y de estructuras medievales, pero seguro. Nos quedan pocos años. A pesar de las insultantes políticas del Ministerio de Igualdad.

Vivimos en un país atrasado, salchichero, medieval y bastante esclavo. Con estructuras caducas y una peña dirigente formada en la discriminación. Pero les quedan dos días. Y si, es un país machista de narices. Es tan machista que hasta un Gobierno teóricamente progresista – permítame que me muera de risa – ha creado un Ministerio de Igualdad dotado con un presupuesto irrisorio (cercano a los 80 millones de euros… miseria y compañía), ha puesto al frente a una inútil declarada que ha promovido campañas denigratorias para la mujer (algunas espeluznantes -y no estoy hablando del aborto) y la peña feminista subvencionada le anda riéndole las gracias en vez de plantarse ante la cara de ZP y exigirle que se ponga las pilas y que haga políticas serias, por ejemplo, de conciliación familiar, por si alguna mujer – alguna habrá – quiere ser una profesional de alto nivel sin renunciar a ser madre. Pero ese es un rollo que requiere capacidad y valentía, y es más fácil el trazo de brocha gorda que el cincel. Más fácil la demagogia que la justicia. Como casi todo en este asco de Gobierno que nos insulta a diario.

Empiezo a ser mayor y a veces me falla el riego y, a pesar de eso, recuerdo muy bien cuando empecé en esto de la consultoría. No había mujeres donde iba. Hoy si. Muchas y en puestos de responsabilidad. Cierto es que en la enorme empresa los Consejos están lleno de hombres viejos. Cuestión de tiempo. Sé que es cuestión de tiempo porque como siempre que las estructuras no cambian, los hechos las hacen cambiar. Y el hecho es que el mercado está lleno de mujeres muchísimo más preparadas que los hombres. No todo es Jauja, y las hay listas, normales y tontas del culo. Con iniciativa y paraditas. Valientes y cobardes. Clavadito, clavadito a lo que pasa con los hombres.

Mujeres a las que cuando Bibiana Aído, "la miembra de la Gobierna", saca a la palestra un mapa genital femenino, se les revuelven las entrañas y – hay que oírlas, machote – andan pensando en que vale, que casi mejor saque el mapa genital femenino de la pastelera madre que la parió. Y que se alteran cuando la patulea feminista en vez de ir al Ministerio a mandarla a tomar el viento, le ríen la gracia y, abanicos en mano, le dan aire y le jalean: ¡Bibi, anda, échanos más de eso, que es lo que necesitamos!

Y lo sé, porque hablo con ellas. Y me acuerdo de Teresa, directora de recursos humanos de un escuela de negocios importantísima y con un montón de hijos, y de Marta, que trabaja a caballo entre Italia y España, y de Vanessa, que ha enviado a tomar el viento un trabajo fijo para irse al quinto pino a mejorar durante algunos meses, y de Almudena, que trabaja catorce horas y cuida de sus dos hijos, y de mi mujer, que trabaja como una mala bestia y además educa (y yo le ayudo, claro) a los siete hijos que tenemos. Y sé que a ellas este rollo del Ministerio las ofende y, a la fin y a la postre, les trae al pairo, porque ya han empezado a cambiar todo por su cuenta, pasando de las políticas de ave de corral de este Ministerio. Y sé que ellas pueden más. En todo.

Lo sé, porque las conozco.

Son para echarse a temblar, hermano…

viernes, 19 de febrero de 2010

La vida sexual de las señoras

Es irrefrenable. No pueden evitarlo. Verte y contártelo, es todo uno. Algunas se excusan torpemente y otras entrarían en todo tipo de detalles si les dieses pie. Sin ningún pudor. Es superior a sus fuerzas. Yo antes ponía cara de moderado interés – más rayano en la cortesía que en el interés propiamente dicho – y aguantaba. Ahora, si voy sólo, las envío al carajo sin contemplaciones. No me interesa. Los complejos y las miserias son de cada uno. Y ya tengo suficientes en mi currículum como para andar sumando las de las cotorras acomplejadas con las que me cruzo.

Siempre empieza igual. Uno sale a pasear, por ejemplo, con la mujer y los siete hijos por el centro de Sant Cugat e, inexorablemente, te cruzas con alguna de ellas. Se quedan mirando con los ojos saliéndose de sus órbitas y dicen, normalmente dirigiéndose a mi mujer: "¿Son todos tuyos?" (¡y míos, señora, coño!) ¡Qué valiente!". Mi mujer, que es una persona educadísima, sonríe y suele no contestar. Yo pongo cara de palo y maldigo mi suerte: "¡Mecachis! ¡Otra tía con problemas!", pienso. Como malinterpretan la simpatía de mi mujer (yo, que la conozco bien, sé que esa sonrisa significa que tengas cuidadín, cuidadín), insiste: "¿Pero todos tuyos de verdad? (¡y míos, señora, cauensupadre!) ¿Y del mismo padre?". Yo, llegados a este punto, ofrezco mi silencio al Niño Jesús, como me enseñaron mis papás, y procuro insultarla por lo bajini, para que mis hijos (todos míos, todos de mi mujer) no me oigan. Luego, cuando me confieso de haberme acordado para mal de la madre de varias señoras, el cura me absuelve - ¿por qué siempre te ponen 3 avemarías de penitencia? -, y hace mal, porque desde luego no me arrepiento de eso.

El caso es que como se meten en medio, te obligan a parar. Y esto es como cuando llevas un rebaño de vacas locas en celo en un día de lluvia por los escarpados de Covadonga y un paisano te pregunta dónde queda Rebolledo de las Matas, provincia, por ejemplo, de Cáceres. La desgracia es inevitable. La diferencia es que las vacas (locas o no) se mueven menos que los niños. Por lo que, tras el parón del matrimonio frente a la tonta de turno, los niños (¡qué valientes sois!) se desperdigan por la calle y aledaños de forma meteórica. Y tú, con cara de tonto y heptaestrábico, intentas no apiolar a la curiosa mientras haces memoria de en qué agujero se ha escondido Beatriz o qué cristal está rompiendo a patadas Carlos.

Pero eso no es lo peor. Lo tremendo es cuando la señora te empieza a contar su vida sexual. Suele ser de esta guisa: "Nosotros tuvimos uno. Y nos costó porque mi Gerardo ya había tenido problemas de movilidad (¿es cojo o está hablando de espermatozoides?, me inquiero)… ya sabes (¿y qué cuerno vamos a saber?)... Y lo estuvimos buscando más de dos años (¿por dónde coño lo buscaban?, me pregunto) y al final me quedé. Pero claro, el segundo no me atreví. Y aunque queríamos una niña, dejamos de buscarla. Aunque mi Gerardo de vez en cuando me dice: "Imbécil (es un nombre figurado que se me acaba de ocurrir), ¿y si tuviéramos otro?". Pero no, no estoy en forma para eso. Yo ya he cerrado la fábrica. Pero desde luego, ¡cuánto me gustaría tener siete! Pero es me encontraron quistes ováricos y el endometrio se me escoñó y las trompas de Falopio están peor que las de la elefanta Susie y me dio una uteritis que me salieron ronchas en los bajos, y claro, así quedarse embarazada es un riesgo, y además, etcétera, etcétera, etcétera. Total, que éste ya se ha hecho la vasectomía. Pero, chica, ¡qué valientes sois! Bueno, pues nada, como te digo una "có", te digo la "ó". Adiós. Y encantada ¿eh? ¡Qué valientes, Gerardo, qué valientes!...".

Miro a mi mujer. Y ella me mira, cómplice. Recogemos a nuestros hijos y pienso que de valientes nada. Que cuando un matrimonio se quiere lo normal es que tengan hijos. Y que la vida con muchos hijos es más difícil, pero más rica. Mucho más rica. Incomparablemente más rica.

Y pienso en Gerardo – pobre diablo con problemas públicos de movilidad – y en el endometrio de la susodicha.

Y pienso en la soledad. Y en el miedo. Y en los que viven con el freno puesto. Atemorizados. Dando sorbitos a la vida en vez de tomársela a tragos. Pensamientos quizá injustos…

Me despierta de mis reflexiones – gracias a Dios - un patadón en la espinilla.

Carlos, botas nuevas,… ¡mecachis en su padre!

lunes, 15 de febrero de 2010

¡¡Es que me subo por las paredes!!

Enseñaba latín para mastuerzos. Era delgado, de frente amplia y, a pesar de su juventud, tenía aspecto de persona mayor. Alardeaba de ser de Ciudad Rodrigo, provincia de Salamanca. Yo no sabía dónde se encontraba eso, ni – desde luego – había estado en mi vida. Aunque lo coloco en el mapa, sigo sin haber estado. Estaba siempre dejando de fumar sin conseguirlo. Recuerdo que al alumno que tenía más cerca le daba el paquete de cigarrillos y le decía: "si te pido, no me des". Era amable y exigente. Y con una paciencia sin límites.

A pesar de eso, se agarraba unas teatrales y tremendas peloteras cuando – latín para mastuerzos – fallábamos clamorosamente en nuestras traducciones. "¡¡No entiendo nada!! ¡¡Yo, es que me subo por las paredes!!", clamaba haciendo gestos de trepar por los muros. Nosotros nos partíamos de risa – con bastante prudencia - y, eso sí, nos afanábamos por acertar con ese lío tremebundo que eran las traducciones del latín al español.

Era un hombre respetado por todos los alumnos y por sus colegas. Un profesor al que se le veía la vocación por la enseñanza con sólo mirarle a los ojos. Uno de los pocos maestros.

He tenido muchísimos profesores y muy pocos maestros. Alfonso es uno de ellos. Sé que es un maestro porque nada recuerdo de su asignatura pero guardo memoria imborrable de lo que de verdad enseñaba: esfuerzo, constancia, superación, precisión, exigencia, perfección. Él ya sabía que no enseñaba latín. Eso lo supo siempre. El latín no era más que una excusa para enseñar cosas valiosas. Por eso era indulgente con las traducciones e intransigente con el trabajo. Sé que veía en esos adolescentes que sudaban tinta china para descifrar a Ovidio, a los hombres que seríamos en el futuro. Y se partía la cara para darnos las claves que nos permitieran descifrar la vida. Como hacen los maestros.

Dejé de verlo, como es natural, cuando acabé el colegio. Luego, como siempre ocurre, la vida y los años te llevan por caminos insospechados y nuevos, y el adolescente que fuiste, y el colegio, y los profesores y los amigos para siempre y todo aquello queda en un etéreo recuerdo, a la espera de que esa vida vivida, de repente, te guiñe un ojo y se haga presente.

Me topé con él en una de las calles concurridas de mi pueblo. Creo que ni me reconoció - los años no pasan en balde - pero amagó un saludo. "Alfonso, soy ex alumno tuyo. Carlos Abadía", me presenté. Total, que tras algunas frases de cortesía vital – o sea de aquellas en las que intentas resumir toda la vida – nos fuimos a tomar una caña. Le expliqué someramente mi vida y me explicó la suya, dedicada cuarenta años a la enseñanza. "Ahora ya me han prejubilado. Así tengo más tiempo para estar con mi mujer y también para tomar alguna caña con algunos ex alumnos – dijo con sorna -. Guardo muy buen recuerdo de vosotros", remató. "Sí, claro, nosotros también de ti", le dije sin tener ni idea qué cuerno de opinión tendrían mis compañeros a los que hacía veinte años que no veía.

Y es que siempre pasa lo mismo. Las personas que de verdad enseñan, influyen positivamente y, por tanto, ayudan a forjar vidas y futuro, son así: que parecen que no se enteran. Y no sé si se enteran, pero disimulan maravillosamente. Educan para que seamos personas, en la enorme acepción del término. A eso dedican la vida entera. Cuarenta años. Cientos, miles de alumnos. Decenas de vidas cambiadas. Y luego uno no puede ni darles gracias, porque quedaría forzado. Pero la realidad es que un buen maestro es un privilegio, un regalo del Cielo. Y que cuando un profesor se dedica a educar más que a enseñar, a transmitir valores más que lanzar conceptos, a guiar a los jóvenes entendiendo cómo son y sabiendo hacia dónde los deben guiar, cuando todo eso ocurre, la ciencia de la educación se convierte en arte, y la profesión en maestría.

Hace poco celebramos los veinticinco años desde que salimos del colegio hacia la vida. Y nos reunimos en la celebración profesores, ex –profesores (ya me han prejubilado…) y ex – alumnos. Dije unas palabras de las que no me acuerdo. Pero sí recuerdo las de Alfonso Ortiz: "En esta vida hay pocos que se alegran sinceramente, sin envidias, de los éxitos de los alumnos. Unos son vuestros padres. Otros, vuestros profesores. Porque los triunfos de nuestros alumnos, son nuestros triunfos".

Los maestros dan lecciones hasta jubilados.

Un privilegio.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Y cuando estoy a punto de desmayarme, me como un quesito

Creo que la película se llama "El diablo viste de Prada" y la conversación entre las secretarias es de este pelo:

- ¡Estás más delgada! - dice una.

- Me he puesto a régimen para la pasarela de París de dentro de un mes - contesta la otra.

- ¿Y qué régimen sigues? - pregunta, curiosa, la primera.

- No como nada – contesta – y cuando estoy a punto de desmayarme, me como un quesito…

El hombre (para las estúpidas luchadoras por la igualdad de sexo, escribo "hombre" como genérico. Para las luchadoras no estúpidas por la igualdad de sexos, no hace falta aclaración) lucha por conseguir las metas más variadas. Entre ellas, adelgazar para ir a una Pasarela en París. Algunas de estas metas son sublimes, otras miserables, otras ridículas, la mayoría ni fu ni fa, normales y corrientes. De andar por casa. Y ésa es la vida del hombre. Fijarse metas y actuar para conseguirlas. Incluso los que se dejan llevar sin límites por los sentidos ponen todas sus capacidades (bastante animales) en conseguir satisfacer esos instintos. O sea, actúan para conseguir sus metas. El hombre es, desde mi modesto punto de vista, un ser por objetivos.

Y esas metas, esos objetivos, suelen ser cortoplacistas de narices. Yo admiro a la gente que tiene un gran objetivo vital y subordina todos los pequeños objetivos que se va marcando a ese gran objetivo. Y ese objetivo vital puede tomar la forma que se desee, pero con un condicionante fundamental: no puede ser caduco. Bueno, puede caducar el día que te mueras. O sea, sería absurdo que un gran objetivo vital estuviese supeditado a algo tan volátil como la salud, la potencia sexual, la fuerza bruta, la resistencia física o las tragaderas o bebederas que se tengan; porque está claro (ley biológico – natural), que, a partir de los cuarenta, desde un punto de vista físico, la ley de la gravedad pasa a ser la ley de la extrema gravedad (o ley de la UCI). Las cosas empiezan a no funcionar como debieran y lo que antes era Jauja se torna Detroit en un par de pestañeos rápidos.

Ya se ve que el argumento – bastante pedestre – me lleva a considerar que un objetivo vital debería ser uno que durase toda la vida, con independencia de nuestras capacidades físicas. Es decir, de nuestras capacidades animales. ¡Somos animales!, proclaman los que como tales actúan. Sí. Cierto. Pero racionales. O sea, estamos dotados de una cosa que se llama inteligencia. Ítem más, voluntad. Y eso – que mis hijas llaman "tarro" – es el fet diferencial del resto de la flora y fauna. Eso es lo que nos hace diferentes. Como a Cuenca las casas colgadas. Y a ese ser animal inteligente con conciencia de sí mismo, le llamamos persona.

Y a esa persona puede actuar – el único ser que puede hacerlo – bien o mal – o sea, acorde con tu naturaleza o en desacuerdo con la misma (en siguientes post me meteré en ese berenjenal de lo bueno y lo malo, la libertad y la naturaleza) y fijar objetivos vitales buenos (por ejemplo, ayudar a todos los prójimos que pueda) o dejarse llevar por la corriente. Nadie en su sano juicio se fija un objetivo vital malo (por ejemplo, cargarse a cuantos prójimos pueda).

Y concluyo que ese objetivo vital acorde con tu naturaleza te hace más persona.

Decía un filósofo de cuyo nombre no me acuerdo que el hombre tiene cosido a su alma un ángel y un cerdo.

Y añado que, por muy pata negra que sea un cerdo, no deja de ser un cerdo.

Oinc!

sábado, 6 de febrero de 2010

Ése hace lo que tiene que hacer

En mi casa dividimos al mundo en dos: personas a las que invitaríamos a cenar a casa y personas a las que no invitaríamos a cenar a casa. El sofisticado criterio que utilizamos es el de si el susodicho nos cae bien o no nos cae bien. Y siempre se centra en personajes más o menos públicos cuya imagen o forma de ser produce atracción o rechazo. Por supuesto, por nuestra casa – que procuramos que sea una casa muy abierta – pasan todo tipo de personas normales, anónimas, nos caigan como nos caigan. Porque todo el mundo, en una cena, te acaba cayendo bien. Cuento entre mis muchos amigos personas que, mutuamente, no nos tragábamos, y que, una vez conocidos, han pasado a engrosar la lista de amigos. En algunos casos, íntimos amigos.

Ésta es una costumbre heredada. Recuerdo que en una de mis casas (o sea, la de mis padres) el number one de gente a la que invitaríamos a cenar lo ostentaba el cantante Raphael, junto con Julio Iglesias, Adolfo Suárez, Jesús Hermida, Felipe González, Jordi Pujol, etc. O sea personas que, con independencia de sus creencias, actitudes o vida personal, en el tú a tú de una cena pasaríamos un rato agradable e interesante y aprenderíamos algo.

Pues bien, en ninguna de esas listas estaba Pepiño Blanco. A mí es un tío que me caía francamente mal. Creo haberlo dicho en algún sitio, pero la figura de perro de presa político que reparte leña por activa, pasiva y perifrástica me pone nervioso. Pero desde que lo han nombrado Ministro de Fomento, mi opinión ha empezado a cambiar. Me ha empezado a caer bien y nos estamos planteando ponerlo en la lista de gente a la que invitaríamos a cenar a casa. El motivo es uno y simple y lo expuso creo que Fernando Ónega en La Vanguardia: "quizá no es un genio, pero hace lo que tiene que hacer".

Conozco mucha gente que hace lo que tiene que hacer. Venciendo dificultades, asumiendo riesgos, triunfando y fracasando, sufriendo, sacando adelante familia, trabajo, empresa y país con una receta infalible: hacer lo que tiene que hacer sin excusas, sin pereza, sin debilidades y sin piedad consigo mismo. Y eso tiene un valor incalculable. Y todos ellos tienen en común una cosa, que es la responsabilidad. Esto lo aprendí durante los años que trabajé con mi padre y hermanos en una consultora. Después de tres o cuatro noches durmiendo muy poco para presentar un proyecto al Consejo (mi padre y un par de hermanos), en un aparte le dije a mi padre: "estoy agotado". Y me contestó lo que los padres comprensivos contestan:"Siervo inútil eres, lo que tenías que hacer lo has hecho". No llega a ser mi padre, y lo envío a freír espárragos. Pero ya se sabe que a los padres hay que respetarlos, así que me limité a pensar "vete a freír espárragos". Pero, tras un sueño reparador, entendí todo lo que encerraba aquello de "siervo inútil…": responsabilidad, cumplir los compromisos, seriedad y respeto al tiempo del prójimo; o sea, hacer lo que se tiene que hacer.

Traducido, cumplir con las obligaciones dejándose de chorradas. Como Pepiño.

Por eso, Pepiño ha pasado a ser Don José.

Sr. Blanco, está usted invitado a cenar a mi casa...

lunes, 1 de febrero de 2010

Cansaditos

Estamos cansaditos. La peña está agotada. Vamos arrastrados. Blanditos. Sin fuerzas. Yo lo compruebo muy a menudo en los puntuales, modernos e incívicos Ferrocarriles Catalanes (creo que ahora se llaman Ferrocarriles de la Generalitat de Catalunya, con esta manía ridícula que les ha entrado a estos chicos por identificar al pueblo catalán con la institución que lo desgobierna). Estos trenes, que en hora punta parecen el metro de Madrid, enlazan la periferia de Barcelona con el centro de la ciudad. Y el traqueteo es tan cómodo, tan progresista, tan moderno, tan autonómico, tan tripartito, tan, tan, tan,.. que la gente (niños, jóvenes y maduritos) se desploma sobre la butaca víctima de un cansancio invencible, sea la hora que sea.

Sé que es invencible porque se desploman en cualquier sitio: en la plataforma de espera, en los asientos reservados para ancianos y embarazadas, en el sitio de las bicis… cualquier lugar es bueno. Y es un drama. Porque, por ejemplo, entra una señora anciana ("una vieja chocha, una canica, una palmera, una agonías, una momia", en terminología de los FGC) y, cualquiera de los ocho que están derrengados sobre los asientos apenas pueden levantar sus entornados y pesadísimos párpados, para acto seguido, desviar su remordimiento mirando el paisaje. ¡Que se joda la vieja!, dicen. Bueno, no lo dicen. Es mucho peor. Lo hacen. Y la anciana se apoya temblequeante – si hay sitio – en la plataforma, supongo que apiadándose y comprendiendo el cansancio de todos aquellos que – con gran desparpajo – se repantigan en el asiento reservado. A lo mejor la anciana piensa en la madre que parió a esos verracos, pero no lo dice. Guerra de silencios.

Con las embarazadas ("preñadas, bombos, poco previsoras, toneletes", en terminología de los FGC) pasa lo mismo. Pero como suelen ser más jóvenes, el remordimiento es menor. A veces ni desvían la mirada, pensando que vale, que las viejas aún, pero que la preñada se ha quedado preñada porque le ha dado la gana, así que verdes las han segado, y a ti te encontré en una acequia.

Vivimos en una sociedad enferma. Alguna vez leí en algún sitio que el progreso de una sociedad se mide en la manera en que ésta trata a los animales. Vale. Puede ser. Pero para mí, ese progreso se mide en cómo trata a sus mayores y a las personas vulnerables. Yo no he visto en ningún lugar del mundo un desprecio por los mayores como el que veo a diario en España. En cualquier punto de nuestra geografía.

Es el subdesarrollo moral del desarrollo económico. Nada nuevo.

Ese es el futuro. Un tío incapaz de levantarse cuando aparece una persona anciana es un tío incapaz de hacer el más mínimo sacrificio por el prójimo. Ni más, ni menos. Y esos son los mimbres. No quiero ni imaginar cómo será el cesto.

Me canso sólo de pensarlo…