¡Que no, Bibiana! Que por mucho que te empeñes en afirmarlo, la mujer no es un ser inferior. ¡Que no, tontita! Que por mucho que te empeñes en convencernos, la mujer no es un objeto sexual. ¡Que no, Aído, que no! Que por mucho que gastes la poca viruta que tienes en proclamarlo, la mujer no es un ser discapacitado. ¡Que no! Te lo digo yo, que lo sé. La mujer, señora Ministra, es un ser humano igual al hombre en dignidad, derechos y oportunidades (no hablo de la situación actual de las laborales) y profundamente diferente en cuanto a capacidades. Es simple, ellas tienen más.
No es que haya hecho un estudio, ni siquiera he leído estadísticas. Pero me las conozco muy bien. Obviaré el pequeño detalle de que tengo seis hijas y un hijo, y me centraré en el pequeño detalle de que llevo más de veinticinco años trabajando codo con codo con ellas. Y sé que los próximos veinticinco tienen sexo: femenino. No hay quien lo pare – ni falta que hace -, sólo hace falta echar un vistazo y darse cuenta de que de aquí a nada los puestos de responsabilidad estarán copados por mujeres. Lo sé porque ya se han hecho con el poder en otros escalones de las empresas. Y van subiendo. Lento, porque este es un país cutre de narices y de estructuras medievales, pero seguro. Nos quedan pocos años. A pesar de las insultantes políticas del Ministerio de Igualdad.
Vivimos en un país atrasado, salchichero, medieval y bastante esclavo. Con estructuras caducas y una peña dirigente formada en la discriminación. Pero les quedan dos días. Y si, es un país machista de narices. Es tan machista que hasta un Gobierno teóricamente progresista – permítame que me muera de risa – ha creado un Ministerio de Igualdad dotado con un presupuesto irrisorio (cercano a los 80 millones de euros… miseria y compañía), ha puesto al frente a una inútil declarada que ha promovido campañas denigratorias para la mujer (algunas espeluznantes -y no estoy hablando del aborto) y la peña feminista subvencionada le anda riéndole las gracias en vez de plantarse ante la cara de ZP y exigirle que se ponga las pilas y que haga políticas serias, por ejemplo, de conciliación familiar, por si alguna mujer – alguna habrá – quiere ser una profesional de alto nivel sin renunciar a ser madre. Pero ese es un rollo que requiere capacidad y valentía, y es más fácil el trazo de brocha gorda que el cincel. Más fácil la demagogia que la justicia. Como casi todo en este asco de Gobierno que nos insulta a diario.
Empiezo a ser mayor y a veces me falla el riego y, a pesar de eso, recuerdo muy bien cuando empecé en esto de la consultoría. No había mujeres donde iba. Hoy si. Muchas y en puestos de responsabilidad. Cierto es que en la enorme empresa los Consejos están lleno de hombres viejos. Cuestión de tiempo. Sé que es cuestión de tiempo porque como siempre que las estructuras no cambian, los hechos las hacen cambiar. Y el hecho es que el mercado está lleno de mujeres muchísimo más preparadas que los hombres. No todo es Jauja, y las hay listas, normales y tontas del culo. Con iniciativa y paraditas. Valientes y cobardes. Clavadito, clavadito a lo que pasa con los hombres.
Mujeres a las que cuando Bibiana Aído, "la miembra de la Gobierna", saca a la palestra un mapa genital femenino, se les revuelven las entrañas y – hay que oírlas, machote – andan pensando en que vale, que casi mejor saque el mapa genital femenino de la pastelera madre que la parió. Y que se alteran cuando la patulea feminista en vez de ir al Ministerio a mandarla a tomar el viento, le ríen la gracia y, abanicos en mano, le dan aire y le jalean: ¡Bibi, anda, échanos más de eso, que es lo que necesitamos!
Y lo sé, porque hablo con ellas. Y me acuerdo de Teresa, directora de recursos humanos de un escuela de negocios importantísima y con un montón de hijos, y de Marta, que trabaja a caballo entre Italia y España, y de Vanessa, que ha enviado a tomar el viento un trabajo fijo para irse al quinto pino a mejorar durante algunos meses, y de Almudena, que trabaja catorce horas y cuida de sus dos hijos, y de mi mujer, que trabaja como una mala bestia y además educa (y yo le ayudo, claro) a los siete hijos que tenemos. Y sé que a ellas este rollo del Ministerio las ofende y, a la fin y a la postre, les trae al pairo, porque ya han empezado a cambiar todo por su cuenta, pasando de las políticas de ave de corral de este Ministerio. Y sé que ellas pueden más. En todo.
Lo sé, porque las conozco.
Son para echarse a temblar, hermano…