lunes, 15 de febrero de 2010

¡¡Es que me subo por las paredes!!

Enseñaba latín para mastuerzos. Era delgado, de frente amplia y, a pesar de su juventud, tenía aspecto de persona mayor. Alardeaba de ser de Ciudad Rodrigo, provincia de Salamanca. Yo no sabía dónde se encontraba eso, ni – desde luego – había estado en mi vida. Aunque lo coloco en el mapa, sigo sin haber estado. Estaba siempre dejando de fumar sin conseguirlo. Recuerdo que al alumno que tenía más cerca le daba el paquete de cigarrillos y le decía: "si te pido, no me des". Era amable y exigente. Y con una paciencia sin límites.

A pesar de eso, se agarraba unas teatrales y tremendas peloteras cuando – latín para mastuerzos – fallábamos clamorosamente en nuestras traducciones. "¡¡No entiendo nada!! ¡¡Yo, es que me subo por las paredes!!", clamaba haciendo gestos de trepar por los muros. Nosotros nos partíamos de risa – con bastante prudencia - y, eso sí, nos afanábamos por acertar con ese lío tremebundo que eran las traducciones del latín al español.

Era un hombre respetado por todos los alumnos y por sus colegas. Un profesor al que se le veía la vocación por la enseñanza con sólo mirarle a los ojos. Uno de los pocos maestros.

He tenido muchísimos profesores y muy pocos maestros. Alfonso es uno de ellos. Sé que es un maestro porque nada recuerdo de su asignatura pero guardo memoria imborrable de lo que de verdad enseñaba: esfuerzo, constancia, superación, precisión, exigencia, perfección. Él ya sabía que no enseñaba latín. Eso lo supo siempre. El latín no era más que una excusa para enseñar cosas valiosas. Por eso era indulgente con las traducciones e intransigente con el trabajo. Sé que veía en esos adolescentes que sudaban tinta china para descifrar a Ovidio, a los hombres que seríamos en el futuro. Y se partía la cara para darnos las claves que nos permitieran descifrar la vida. Como hacen los maestros.

Dejé de verlo, como es natural, cuando acabé el colegio. Luego, como siempre ocurre, la vida y los años te llevan por caminos insospechados y nuevos, y el adolescente que fuiste, y el colegio, y los profesores y los amigos para siempre y todo aquello queda en un etéreo recuerdo, a la espera de que esa vida vivida, de repente, te guiñe un ojo y se haga presente.

Me topé con él en una de las calles concurridas de mi pueblo. Creo que ni me reconoció - los años no pasan en balde - pero amagó un saludo. "Alfonso, soy ex alumno tuyo. Carlos Abadía", me presenté. Total, que tras algunas frases de cortesía vital – o sea de aquellas en las que intentas resumir toda la vida – nos fuimos a tomar una caña. Le expliqué someramente mi vida y me explicó la suya, dedicada cuarenta años a la enseñanza. "Ahora ya me han prejubilado. Así tengo más tiempo para estar con mi mujer y también para tomar alguna caña con algunos ex alumnos – dijo con sorna -. Guardo muy buen recuerdo de vosotros", remató. "Sí, claro, nosotros también de ti", le dije sin tener ni idea qué cuerno de opinión tendrían mis compañeros a los que hacía veinte años que no veía.

Y es que siempre pasa lo mismo. Las personas que de verdad enseñan, influyen positivamente y, por tanto, ayudan a forjar vidas y futuro, son así: que parecen que no se enteran. Y no sé si se enteran, pero disimulan maravillosamente. Educan para que seamos personas, en la enorme acepción del término. A eso dedican la vida entera. Cuarenta años. Cientos, miles de alumnos. Decenas de vidas cambiadas. Y luego uno no puede ni darles gracias, porque quedaría forzado. Pero la realidad es que un buen maestro es un privilegio, un regalo del Cielo. Y que cuando un profesor se dedica a educar más que a enseñar, a transmitir valores más que lanzar conceptos, a guiar a los jóvenes entendiendo cómo son y sabiendo hacia dónde los deben guiar, cuando todo eso ocurre, la ciencia de la educación se convierte en arte, y la profesión en maestría.

Hace poco celebramos los veinticinco años desde que salimos del colegio hacia la vida. Y nos reunimos en la celebración profesores, ex –profesores (ya me han prejubilado…) y ex – alumnos. Dije unas palabras de las que no me acuerdo. Pero sí recuerdo las de Alfonso Ortiz: "En esta vida hay pocos que se alegran sinceramente, sin envidias, de los éxitos de los alumnos. Unos son vuestros padres. Otros, vuestros profesores. Porque los triunfos de nuestros alumnos, son nuestros triunfos".

Los maestros dan lecciones hasta jubilados.

Un privilegio.

3 comentarios:

  1. Primo, hay tan pocos maestros hoy..... y eso que mis hijas han tenido la enorme suerte de tropezarse con tres o cuatro a lo largo de los años; lo que me gusta es que algunos de ellos eran muy jóvenes, lo que rompe el mito de que sólo los de antes eran buenos maestros, y trae un poco de luz y esperanza al mundo de la docencia y del aprendizaje. Espero que consigan compensar la cantidad de profesores sin paciencia con los niños, sin interés ni por su alma ni por su mente y que además lo arreglan todo "a grito pelao.

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  2. Yo también he tenido la enorme suerte de tener Maestros (con mayúscula), y varios! por lo que me siento una privilegiada. Y mucho más aún teniendo en cuenta que uno de ellos era mi padre. Mi padre falleció hace poco. Demasiado pronto, casi lo acababan de prejubilar, pero seguía de maestro con sus nietos. El que es maestro, sigue siendo maestro, aunque se jubile. Su excusa para enseñarnos a ser personas eran las "matemáticas para mastuerzos", pero efectivamente nos enseñó mucho más: a pensar, a ser libres, a tantas cosas valiosas. Son muchos los compañeros que me han confesado que cuando piensan en el colegio, se acuerdan de mi padre. Pienso que el éxito de un maestro está en la vocación, que es lo que hace que quiera a sus alumnos, porque él los quería, a todos, a los miles que pasaron por sus manos durante cuarenta años. He visto reflejado a mi padre en éste texto, porque para él, igual que para don Alfonso,no había mayor recompensa que el éxito de sus alumnos. Para eso trabajaron.

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  3. Probablemente el éxito de cualquier padre es que su hija le recuerde como tú al tuyo. Tu misma das la clave: quería a sus alumnos. No hay otra. Ni otro truco. Gracias por tu comentario. Un gran abrazo.

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