Me jodiste, flaco. Y ya
andaba muy escaso de referentes en las cosas medianamente importantes y vas y me
dejas huérfano total en una de las verdaderamente importantes. Y sin avisar. Te
has muerto a toda velocidad, casi sin dejar que llegara a preocuparme más allá
de una inquietud general de hace algunos meses, de cuando supe que estabas enfermo.
Pero ya está. Has decidido irte a explorar el infinito, a llenar de magia y
rondos las verdes praderas del Más Allá, dejándonos a los del más acá sorprendidos
y solos. Muy solos. Yo pensaba que esos quiebros de larga zancada al límite del
equilibrio para meter suavemente el balón en el arco contrario se los harías también
a la Parca cuando llegara a saludarte, pero ya veo que no, que has firmado un
contrato eterno con Dios. Se lo van a pasar como nunca allí arriba. Estoy seguro.
Hay pocas personas a
las que admire. Y personas a las que haya admirado de niño y de adulto, poquísimas.
Corría 1975 cuando te conocí. Yo era un niño de diez años y tú la nueva
estrella del firmamento azulgrana. Eras ya un ídolo. Mi ídolo. Recuerdo que te invitaron
a un club de jóvenes y allí anduvimos rodeándote y peleando entre nosotros –
físicamente - por un autógrafo. Al final lo conseguí. Esa firma inconfundible
que conservé durante años y que perdí en algún traslado, no así la admiración,
que alcanzó su cénit en esa inolvidable época del Dream Team. Sabía entonces
que estaba ante algo que cambiaría la historia del fútbol. Nunca supuse que ese
cambio sería tan profundo y tan rápido.
Tú no vivías engañado.
Tú sabías – porque de tonto no tenías ni un pelo – que no fuiste de los mejores
jugadores de la historia. Vaya, ni de coña. No lo eras aunque pasarás a la
historia entre los cinco mejores en una genial jugada – otra más – de marketing
futbolístico. Pero a mí no me la cuelan. Yo te vi jugar pero sobre todo, te vi
entrenar. Me niego a que te rebajen al nivel de mercadeo de un ranking
encabezado por Messi – lo demás son tonterías- y ya después que pongan a quien quieran. De
hecho, es una vulgaridad que te comparen con cualquiera de ellos porque tú
tenías algo que ninguno de ellos tuvo y no sé si tendrán y es que tú, Johan, sabías
qué es lo que tenía que hacer cada uno de ellos para que siguieran siendo los
mejores, dónde tenían que jugar y, lo más importante, cómo tenían que jugar.
Creo que por eso te ponen siempre en cualquier lista de mejores jugadores: es
la forma de homenajear a alguien con cualidades notables en el juego mientras
estuviste en el campo pero inigualables en la estrategia, cuando fuiste
entrenador. Y digo estrategia y no táctica porque creaste una manera de jugar
que sabías que perduraría en el tiempo.
Huiste de lo táctico,
del cortoplacismo – incompatible con la miope visión del político, o sea de
cualquier Presidente - para crear un estilo de leyenda. Por eso el ranking y
esas chorradas son irrelevantes. Has sido incomparablemente más importante que
cualquier jugador de la historia porque tú, añorado Johan, cambiaste el fútbol.
Lo convertiste en arte. Posesión. Tu frase dicha a lo Johan (o sea cercana a la
ininteligibilidad) de “si tú tienes el balón, entonces en un momento dado no lo
tiene el contrario” resume de forma genial un concepto de fútbol que rompió
todos los moldes. Posesión y que corra el balón. Concepto que creaste tú y
sublimó Guardiola. Por eso tus equipos,
y los equipos de tus hijos, y los de los hijos de tus hijos juegan a algo que todos
los culés conocemos. No es estilo Barça. Es el tuyo que, con inmensa
generosidad, nos legaste.
Dicen que una vez le
preguntaron a tu mujer cómo es que después de llevar toda una vida en España
hablabas tan mal el castellano, a lo que contestó: “tranquilos, en holandés
tampoco hay quien le entienda”. Y añado, ni falta que hacía. Tus ruedas de
prensa eran magistrales lecciones de fútbol arreando tremendas patadas al
castellano entre grandes risas. Inolvidables.
Jugaste un larguísimo
partido contra el cáncer. Un partido que empezaste a perder hace treinta años
aunque eso, querido Johan, no lo sabías. Con sorna decías hace algunas semanas
que le estabas ganando el duelo a esa tremenda enfermedad. Y algunos quisimos
creerte, como siempre. Porque casi siempre tenías razón.
Casi siempre.Rezo por ti, amigo.
Y ahora dejadme llorar en paz al genio.
Joe. Qué pena que haya tenido que irse para que Ud. vuelva.
ResponderEliminarYo también le rezo.
Abrazo desde Madrit.
Otro para ti, anónimo pero no tanto. ;)
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