Madrid. Finales de Julio del presente año. 36 grados al sol, 30 a la sombra, 23 en las lujosas oficinas de una empresa española gordísima. Yo, con traje azul cruzado de verano. Esperando. Mi acompañante, con traje de entretiempo (craso error). Ha venido sudando como un pollo, pero parece que la climatización del edificio va devolviéndole a su ser sólido. Menos mal. También a la espera. Se abre la puerta y aparece el Consejero Delegado. Cordiales apretones de manos. Cruce de corteses intereses. El viaje, bien. Madrugón, ya sabes, etcétera. Y la gran declaración del másmanda: ¡Es que joder, Carlos, en esta puta ciudad hace un calor de la hostia!
San Quirico de Safaja. 16 de Agosto del corriente. 27 grados en la piscina del Club El Roure. Tumbado sobre el césped en bañador. Entre matrimonios amigos, niños, suegras y semovientes. Un tipo inmenso se despereza, se medio incorpora para decir: ¡Aquí se está de la hostia! Después se desploma sobre su toalla, supongo que agotado del esfuerzo mental de tal declarada y sigue tomando el sol como un lagarto, a la espera de que otra neurona se le despierte.
Y entre una reunión y otra, un sinfín, una retahíla inacabable de hostias que hacen que la relación con algunos seres humanos sea más desagradable de lo que debiera. Y es algo consolidado. De moda permanente y desde hace años. Yo lo oí por primera vez a los trece años (¡trece!) y me produjo una sensación incómoda, un malestar interior de una cierta intensidad (tanto que hasta lo recuerdo…) porque para lo que aquel cabestro era una vulgar expresión, para mí era una blasfemia. Y los trece años yo tenía muy pocas cosas claras, pero una de ellas era que la Hostia era el cuerpo de Cristo consagrado, y que uno puede (y debe) patinar con muchas cosas. Pero con otras, exactamente con las que conforman el núcleo de creencias a las que agarrarte cuando todo se va a la mierda, o cuando estás a punto de palmar, con esas mejor no jugar. Por muchos motivos, esencialmente relacionados con el respeto al prójimo (en segundo lugar) y el respeto a Cristo (en primer lugar).
Pero es una batalla perdida. No sé por qué, pero blasfemar contra el Dios de los cristianos se ha puesto de moda. Será que los católicos somos así, comprensivos, tolerantes y caritativos de cojones, y permitimos que se rían, mofen y befen de nuestras creencias más básicas sin mandar a tomar pol culo a a nadie. Con excepción de Italia (y en mucho menor grado) yo nunca he visto algo semejante en otros países. Vaya, no pongo el ejemplo de Argentina, donde los católicos se persignan al pasar ante una Iglesia, con la misma naturalidad con la cruzan la calle, o Marruecos, donde a nadie se le ocurre blasfemar sobre Alá o Mahoma (te cortan las pelotas). Pero en los países civilizados, las creencias del prójimo son sagradas y la peña anda con mucho cuidadín antes de ofender a los demás con expresiones de ese tipo.
Pero aquí somos así, señora. Diferentes. Tolerantes. Groseros. Sin ningún respeto al prójimo. Iletrados como pocos. Paletos, analfabetos y cortos de vocabulario. Y algunos, blasfemos. Será por la guerra, las dos Españas, los curas o la Pasionaria, pero este es un país cutre. Nunca hemos estado más formados y menos educados. Y las cosas han dejado de ser impresionantes, sorprendentes, fabulosas, inenarrables, indescriptibles o simplemente bonitas, para pasar a ser "cosas de la hostia".
¡Diccionario, por Dios, Diccionario!
Y respeto, joder.
El mismo que esperan esos cortos de vocabulario.
El mismo.
LLevo unos días sin pasarme por aquí y tropiezo con esta entrada tan "sugerente"..... Bravo por el post. No sabria expresarlo de mejor modo...
ResponderEliminarMola Mazo
ResponderEliminarSe te echaba de menos, Carlos.
ResponderEliminarEste post ha sido la... bomba ;-)
Un saludo.
Yo cambiaría el título. Me parece una blasfemia.
ResponderEliminarDecía un chiste bastante viejo que en medio de un auto de fe, el inquisidor, se dirigía al reo con severidad dominica:
ResponderEliminar- Se le acusa de proferir graves blasfemias contra Dios Padre, hijo y Espíritu Santo, Nuestra Señora, la Virgen María, y una multitud de Santos… ¿Cuál es su versión de los hechos?... ¿Qué tiene que decir en su defensa?
- Mire, yo trabajo en una fundición. Junto con mi compañero sacamos a paladas escoria sobrante de las coladas… y en un momento dado, al notar una quemazón insoportable, me dirigí a mi compañero, diciéndole: “Damián, por favor, Ten cuidado, que me estás vertiendo hierro derretido por la espalda, y es sumamente molesto!!!”
Supongo que el chiste, ironiza, con no poco éxito, sobre la dificultad que a veces tiene no ceder al pecado de la blasfemia. Máxime en una sociedad como la nuestra que ha conseguido trivializarlo, hasta convertirlo en algo tan habitual como mundano. Si los Mandamientos de la Ley de Dios están situados en orden de importancia, blasfemando contra Dios, faltamos al primero (amarás a Dios sobre todas las cosas) y más directamente al segundo (no tomarás el nombre de Dios en vano). O sea, nada menos que los dos primeros del top ten. Es decir, a los católicos nos debería escandalizar más oír una blasfemia de los labios de alguien, que verle robando o matando. Pero, somos humanos, y los pecados contra los hombres (llámenlo corporativismo) nos parecen más horribles, que los pecados contra Dios.
En otro orden de cosas sitúo la palabrota. Yo que soy un malhablado irredento, creo que a veces es del todo necesario el uso de un taco. Decía mi admirado Camilo José Cela, que a un sargento de artillería que en un momento dado se tropieza, no se le espera que suelte un: “Caramba”. Es del todo punto necesario, en ese contexto, que en nombre de la virilidad castrense, lo mínimo en que se cague, sea en la puta (genéricamente y sin personalizar, vamos, en el gremio completo…).
Y aunque no es lo mismo un idiota (corto de entendimiento y formación), un imbécil (ser escaso de razón) y un necio (ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber) probablemente si la persona a la que nos referimos, colecciona todos los síntomas como para ser las tres cosas a la vez, lo más seguro es que sea un gilipollas de tomo y lomo. Y eso, no hay manera mejor de expresarlo que utilizando el término. Que por otra parte, forma parte del léxico compendiado en nuestro diccionario.
Y si (caso hipotético) un mingafría, con menos gracia que un libro de Hawking, que se la coge con papel de fumar, al que molesta la blasfemia hasta decir amén, y argentino para más señas, le pasa a uno por la cara las estrellitas de la dichosa zamarra albiceleste, justo después que su selección nos haya tetragoleado en partido para olvidar, haciendo incoherente fomento y proselitismo de blasfemos indeseados, no merece una cordial reprobación, sino que le manden a tomar por saco, con todas las de la ley.