Estamos cansaditos. La peña está agotada. Vamos arrastrados. Blanditos. Sin fuerzas. Yo lo compruebo muy a menudo en los puntuales, modernos e incívicos Ferrocarriles Catalanes (creo que ahora se llaman Ferrocarriles de la Generalitat de Catalunya, con esta manía ridícula que les ha entrado a estos chicos por identificar al pueblo catalán con la institución que lo desgobierna). Estos trenes, que en hora punta parecen el metro de Madrid, enlazan la periferia de Barcelona con el centro de la ciudad. Y el traqueteo es tan cómodo, tan progresista, tan moderno, tan autonómico, tan tripartito, tan, tan, tan,.. que la gente (niños, jóvenes y maduritos) se desploma sobre la butaca víctima de un cansancio invencible, sea la hora que sea.
Sé que es invencible porque se desploman en cualquier sitio: en la plataforma de espera, en los asientos reservados para ancianos y embarazadas, en el sitio de las bicis… cualquier lugar es bueno. Y es un drama. Porque, por ejemplo, entra una señora anciana ("una vieja chocha, una canica, una palmera, una agonías, una momia", en terminología de los FGC) y, cualquiera de los ocho que están derrengados sobre los asientos apenas pueden levantar sus entornados y pesadísimos párpados, para acto seguido, desviar su remordimiento mirando el paisaje. ¡Que se joda la vieja!, dicen. Bueno, no lo dicen. Es mucho peor. Lo hacen. Y la anciana se apoya temblequeante – si hay sitio – en la plataforma, supongo que apiadándose y comprendiendo el cansancio de todos aquellos que – con gran desparpajo – se repantigan en el asiento reservado. A lo mejor la anciana piensa en la madre que parió a esos verracos, pero no lo dice. Guerra de silencios.
Con las embarazadas ("preñadas, bombos, poco previsoras, toneletes", en terminología de los FGC) pasa lo mismo. Pero como suelen ser más jóvenes, el remordimiento es menor. A veces ni desvían la mirada, pensando que vale, que las viejas aún, pero que la preñada se ha quedado preñada porque le ha dado la gana, así que verdes las han segado, y a ti te encontré en una acequia.
Vivimos en una sociedad enferma. Alguna vez leí en algún sitio que el progreso de una sociedad se mide en la manera en que ésta trata a los animales. Vale. Puede ser. Pero para mí, ese progreso se mide en cómo trata a sus mayores y a las personas vulnerables. Yo no he visto en ningún lugar del mundo un desprecio por los mayores como el que veo a diario en España. En cualquier punto de nuestra geografía.
Es el subdesarrollo moral del desarrollo económico. Nada nuevo.
Ese es el futuro. Un tío incapaz de levantarse cuando aparece una persona anciana es un tío incapaz de hacer el más mínimo sacrificio por el prójimo. Ni más, ni menos. Y esos son los mimbres. No quiero ni imaginar cómo será el cesto.
Me canso sólo de pensarlo…