lunes, 20 de diciembre de 2010

Seres superiores

Ahí están. Habitualmente haciendo equilibrios en lugares a los que nosotros nunca iremos. O si vamos será para ver, oír quejas, sacar fotos, contarlo a los amigos, ponerlo en el facebook, pedir a alguien o dar algo de pasta para ellos y olvidar lo antes posible. Pero aunque olvides, ahí siguen ellos. Seres humanos que han decidido que el prójimo es el pobre y el miserable, y han decidido dar su puñetera vida por el que sufre. A paliar la miseria. A vivir la miseria, a ser miseria. Porque la miseria huele mal, sabe mal, sienta mal y es jodida y mísera. Y estamos en un tiempo y un lugar en el que lo feo lo escondemos. Y lo feo de cojones, lo obviamos, amparados en la teoría cierta de que ojos que no ven, corazón que no siente. Y con la ventaja de que cuando sale por la tele, podemos cambiar de canal y pasar de ver al niño moribundo enfermo de sida y desnutrido con la cabeza huesuda y el vientre hinchado a pasar a ver a la zorra de Carmen Lomana probarse un collar de Tiffany´s de esos que cortan la respiración, cariño. O sea de los divinos, cielo. Y si aguantas la nausea de ver a esa momia muerta cubierta – como buena momia – de oro y vacuidad, a lo mejor te da tiempo de zapear dos o tres veces hasta recalar en algún programa de esos medio currados que eviten que vomites. Uno de esos de delfines, que son casi tan listos como los humanos y eso sí, cuando sonríen te enternecen el alma, no como esos jodidos niños negros moribundos de África, que esos te cortan la digestión con sus moscas y su mierda y esos ojos que nos miran. Joder. No pueden morirse sin tocar las narices.

Vivimos en una sociedad fuertemente anestesiada. Uno puede vivir toda su vida sin rozar la miseria. Y no hace falta ser multimillonario para eso. Hace falta ser sólo un desvergonzado. El ser humano tiene una responsabilidad grave frente al ser humano. Y si nos va bien adornarla de religión, pues perfecto. Pero no se trata de eso. Se trata de no esconder el ansia natural del hombre de ayudar al hombre. Es natural. Llevamos mal el sufrimiento y el horror. Las lágrimas brotan de forma espontánea ante el dolor ajeno, conocido o desconocido. Ninguno de mis amigos ha estado en Haití – frágil memoria – pero todos sentimos como propia esa desgracia. No hace falta teorizar. Es así. Algo nos une al resto de la humanidad. Ya habrá quien diga qué es. Yo no lo sé, pero sí que eso entra dentro de lo esencial del hombre.

Y algunos eso lo tienen muy claro y han decidido dar su vida entera o gran parte para paliar el sufrimiento. Por las más variadas motivaciones, todas nobles. Como Teresa, que se lanzaba a besar las llagas de los moribundos en Calcuta, siendo fiel a la Iglesia. O Vicente Ferrer, que cambió la vida de millones de personas y cuando – en un programa que vi – una periodista le preguntaba, con ese rollete progre-descreído en busca de la complicidad atea, si creía en Cristo, le contestó: "no, yo no creo en Cristo. Como no creo en ti. Yo te veo a ti. De la misma manera veo a Cristo". Y claro, la otra se quedó descolocada y sin palabras. O esas monjas que nunca salen por las teles, pero que dedican toda su vida al prójimo en sitios alucinantes en términos de violencia y miseria. Dando consuelo a hermanos nuestros de los que no nos acordamos nunca, tan preocupados que andamos con nuestras hipotecas, nuestras reuniones, nuestras depresiones, nuestros compromisos y nuestras mierdas. O como mi compañero de curso de La Farga Xavi Gómez, que se metió en Médicos Sin Fronteras y ha vivido con toda su familia en Ruanda y en otros sitios así, fáciles y bonitos. O como mi amiga la doctora Maite Lucena, que está siempre atenta a dónde hay un desastre para ir a toda leche a dejarse la piel durante días para salvar vidas o hacer lo que pueda. O como Ignacio, que se va a Vietnam con toda su familia (mujer y OCHO hijos) a – qué palabra tan bonita y tan desprestigiada – evangelizar por aquellas tierras. O como nuestros amigos Miquel y Montse que cada sábado van al Cottolengo de Barcelona – uy, ¡qué cerquita está! – a ayudar a aquellas que han decidido dar su vida entera por personas con enfermedades o taras gravísimas a las que consuelan a veces – porque no hay más que hacer – ayudándolas a morir dándoles la mano. Sin más.

Y conozco otros, héroes anónimos, que han decidido vivir esta vida un escalón por encima de los demás, aunque ellos siempre dicen que es un escalón por debajo. Son seres superiores. Con unas servidumbres igualitas que las mías. Pero con una actitud y una voluntad diferente. Una actitud que les lleva a ser unos inconformistas con las situaciones injustas. Y una voluntad que les ayuda a trascender de la mera queja de café, para ponerse manos a la obra.

Hay días que me siento un ser inferior.

Menos mal que vivo rodeado de amigos que son seres superiores.

¡Menos mal!

5 comentarios:

  1. Todo lo que dices es cierto y lo mejor de estos "seres superiores", lo que a mi siempre más me ha maravillado, es lo pequeños que se sienten. Esta es la "prueba del algodón"

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  2. Yo conozco a muchos de esos héroes desde hace muchos años. De sus nombres, de todos, ni me acuerdo ya: son tantos y mi memoria tan mala ya. Somos muchos los que los reconocemos. También somos muchos los que reconocemos a esas momias de las que hablas, más muertas que Tutankamón por mucho que salgan en la tele. No todos estamos dormidos, aunque... cuesta tanto trabajo mantener los ojos abiertos!
    Gracias por el blog.

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  3. PS.. eso de "ver a Cristo" y no "creer en él", tal como vemos a las personas que están frente a nosotros; eso, es talmente así.

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  4. Carlos, sin palabras, es simplemente "acojonante" gracias pues me va a servir para poder decir lo que no se decir a muchos. Felicidades

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