No era fácil. A pesar de que empezó de cine. Treinta tipos hasta los cojones de políticos y banqueros que, a través de Twitter, se ponen de acuerdo – increíble en España, pero cierto, lo que da la medida exacta de la saturación y de hastío – y se plantan en la Puerta del Sol con un par. Aterrorizados pero dignos. Muy dignos. Gritando en silencio que hasta aquí hemos llegado. Y que se quedan. Y que, a menos de una semana de las elecciones municipales, sus traseros y sus ideas se plantan en las baldosas de Sol. Y que de ahí no los mueven. Y que si los mueven, volverán. Y los tipos que están ahí son jóvenes, de esos que podían ser perfectamente mis hijos. O los tuyos. O los de cualquiera. Jóvenes que han visto que por el sur los moros se han plantado y están rodando cabezas de poderosos. Y que, salvando los abismos, exigen aquí cambios. Cambios profundos en un sistema corrupto. Un sistema de chaquetas y trajes, amiguitos, compadreos, sillas vacías en el congreso, putas y "visasoros", pastizaras para bancos y un montón de mierda mientras a los pobres – que cada vez son más – se les embarga, desahucia, echa, humilla y veja sin más piedad ni límite que la de la propia vergüenza de los ejecutores. O sea, ninguna.
Y la gente – tú, yo, el de más allá – los empezamos a mirar con simpatía. En mi caso con algo de distancia y un punto de cinismo. Cada uno es cómo es. Y a esos treinta se fueron uniendo más, a decenas, a cientos, a miles. Y en Sol empezaron a florecer sueños, peticiones y deseos, plasmados en papeles, pancartas, carteles y casetas. Y ya no eran treinta. Ya se contaban por miles. Y no eran sólo jóvenes. Por Sol paseaban adultos, ancianos, jóvenes, familias enteras. Todos indignados. Todos unidos por un sentimiento común de hartazgo, de cansancio ante un presente injusto, y con un grito unánime de cambio, de sueño compartido, de transparencia. Por un momento, todo aquello fue espléndido y puro: una explosión de cambio, que aunó gente diversa en un objetivo común: ¡basta ya! El pueblo en marcha. Porque nada hay más digno que un ser humano indignado con razón. Fue majestuoso. Por un momento, Porque eso fue lo que duró: un momento.
Porque ese movimiento que podía haber puesto en jaque al sistema, que aglutinó a todo tipo de personas en torno a un mensaje de hartazgo, no supo qué hacer con él. Nadie había pedido un sistema alternativo, pero lo hicieron. Nadie les demandó propuestas, pero las elaboraron. A decenas. Centenares. En todos los ámbitos de la vida y la sociedad. En absurda equiparación de lo trascendente con lo irrelevante, y de éste con lo irrisorio. Y con cada asamblea, con cada decisión, perdían adhesiones. Y muchos – hasta yo hice un tímido intento – les rogamos que volviesen a los principios básicos, a la transversalidad, al mensaje claro, a lo que llamaron acertadísimamente "consenso de mínimos". Pero el poder corrompe las mentes. Y la sordera al sentido práctico y al sentido común ya era irreversible. Era tarde para eso y para casi todo.
Luego ya las derivadas que excluían a tres cuartas partes de los españoles fueron tomando las acampadas, las asambleas y las noches de Sol y Cataluña, y del resto de España, y empezó la radicalización del movimiento, provocando la salida de los sensatos. Y por cada sensato que salía, un radical tomaba su puesto. Y se unió la petición de democracia real con las lámparas tibetanas, las listas abiertas con los derechos de autodeterminación de los pueblos, y entre cercos a parlamentarios, amenazas a alcaldes y una cada vez mayor distancia con el pueblo, aquello se fue diluyendo. Y los que denunciábamos esa situación, o nos acusaban de querer bombardear el 15M (con insultos de todo tipo) o, los más moderados, nos acusaban de no entender nada de nada. Como si estuviésemos ante un fenómeno difícil de comprender. Era fácil de entender, pero, a esas alturas, imposible de justificar. "Expansión a los barrios", llamaron a su desaparición. Está bien. Un nombre exótico como cualquier otro.
Ahora vuelven. El 23 de Julio se manifestarán en Madrid. Los motivos de indignación siguen siendo los mismos. Exactamente.
Necesitan un mensaje, un líder y un mártir.
Pero si tienen un mensaje claro, no hará falta ni líder ni mártir.
No hay posibilidad. No serán capaces.
El 23 de Julio se enterrará el movimiento 15M. En el mismo mausoleo que el "consenso de mínimos".
Una pena.
Typical spanish.