Sólo pensar que existe la remota posibilidad de que permitan el uso de los teléfonos móviles en los aviones me provoca crueles sarpullidos y océanos de sudores fríos; tan mal me encuentro que estoy a pique de telefonear a mi queridísimo Pepiño Blanco y rogarle e implorarle por Santa Bibiana, Santa/o Bibi Andersen, Santa/o/e Aído y la Beata de Virtudes Heroicas Pajín que haga uso de los poderes delegados por el gótico-dórico-jónico y lo prohíba. Por la gloria de su madre. Por Dios bendito. Por el descanso y la paz de mi alma, Rubalcaba mediante.
Están a punto de violar el último sacrosanto lugar de las personas normales. Los gilipollas se meten por doquier. Y este doquier - estrecho, incómodo y mal ventilado, pero vedado a los móviles – era hasta la fecha inexpugnable, bajo las incomprensibles y peregrinas excusas cantadas por la azafata de turno: "Rogamos apaguen los dispositivos electrónicos por el riesgo de que produzcan interferencias con los instrumentos de vuelo". A mi esta frase me parece preciosa, y junto a la gilipollez del chaleco salvavidas en el puente aéreo - por si te caes al Ebro, no vayas a sobrevivir al tozolón y te mueras ahogado -, es una de mis preferidas. Porque está dicha para que la gente la escuche, pase de todo, cierre los ojos y se duerma. O no. O vuele aterrorizada. O se sople tres whiskies. O lo que suela hacer en el avión, pero con la seguridad de que esas palabras de la azafata dando instrucciones absurdas son las únicas que oirás de fondo en todo el vuelo.
Pero eso está a punto de acabar, si alguien no lo remedia, que no lo remediará. Vamos a perder sin lucha el último lugar público que quedaba a salvo de los zombies androides con móvil incorporado que, como aquella peli de Bruce Willis, creen que están vivos, pero en realidad están muertos y que han tomado ya todo espacio público, sagrado o pagano.
Según mi experiencia, los hay de dos tipos: los muertos que se creen Consejeros Delegados de ENDESA y los muertos que se creen Madoff. Los dos creen que están vivos, viven en un mundo que no existe, no saben que han muerto, odian lo que hacen y se creen más de lo que son. A veces interactúan con el mundo que les rodea pero su estado natural es hablar a gritos con un teléfono móvil con – según he podido comprobar - dos objetivos: cerrar absurdos acuerdos que nadie se cree con otros muertos que se creen también Consejeros Delegados (suelen ser IBERDROLA) y criticar o dirigir a otros prójimos que sólo existen en su imaginación. Las conversaciones suelen ser de esta guisa: "Loli, cariño, ¡Cómo es que no han llegado los tablones de contrachapado a nuestra delegación de Ciudad Real! ¿Está Jiménez detrás de eso? ¿Cómo es posible que el track no funcione? ¡Contratamos la trazabilidad de la madre que parió al RFID para estos casos! Habla con la central y que Benita les de caña a esos hijos de puta. ¡Yo no puedo perder ese pedido! ¡Pon a Ramírez en marcha y dile que YO he dicho que enruten la archiCPU del cuadro madre y que, si no chuta, reseteen el sistema entero. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais…! ¡Que lo hagan! Just do it! Be water!... o todo desaparecerá como lágrimas en la lluvia ". Y el capullo florecido con esa especie de cosa ridícula sobre su oreja, cuelga o lo que carajo haga, para inmediatamente contactar con el resto de la peña y seguir tocando los huevos un rato.
Es una auténtica tragedia, pero es un hecho incontrovertible: con la llegada del otoño, junto con la caída de la hoja caduca, los capullos perennes florecen que es una barbaridad. Y a mí que florezcan en el amapolado campo me trae al pairo. Pero que lo hagan en el impoluto y cerrado AVE Barcelona – Madrid o a la inversa, me pone de mala leche. Como tengo siete hijos, procuro viajar en preferente – me sale tirao – con la vana esperanza de poder evitar a esos vendedores de cuarta híbridos entre Belén Esteban y Joan Laporta. Pero ya han invadido la preferente y paso de cambiarme a Clase Club. Esto ya es un pastizal y lo dejo para la Nebrera, la Sánchez Camacho y otras políticas así, de alcurnia. Así que me iba en avioncete, a salvo de esta sarta de capullos. Pero esto se acaba. No me dejan más alternativa que aguantarlos. O sea, no sólo no puedo fumar, sino que además estoy obligado a soportar sin arrear guantazos a todo pesado con una Blackberry.
Es curioso. Lo he dicho en algún sitio (cada vez que puedo), pero lo repetiré: el acceso de gente sin ninguna formación a puestos de responsabilidad es letal para las empresas y molesto y casi letal para el resto del mundo.
¿Para cuándo móviles con fotos de capullos asesinados por gritar en espacios cerrados?
"Gritar por el móvil puede provocar la reacción airada del prójimo. No sea imbécil", sería la leyenda.
Pero no caerá esa breva.
A joderse toca.