jueves, 21 de marzo de 2013

Los subnormales

La verdad es que cuando me ve venir, empieza a correr gritando mi nombre y cuando llega me suelta un abrazo tremendo, en plan Grizzly ahogando a su presa. Un abrazo de esos que te ponen los huesos en su sitio. De esos que te colocan el alma en su sitio. Es un tío enorme, y es mi amigo. Y no es una manera de hablar. Es uno de mis mejores amigos, uno de esos a los que le he contado mi vida entera y a los que conozco desde que era pequeño. Es bueno, cariñoso, amable y – en pocas ocasiones – muestra un genio temible. Pero es un tipo de fiar. Ver a su madre cómo le mira y oír a su padre hablar de él es recibir una lección avanzada de amor. Se llama Ricardo y dicen que tiene síndrome de Down. Digo que dicen que tiene, porque yo nunca he oído a nadie cercano decir ni mu, ni tratarlo de forma diferente. La verdad es que a sus amigos – que somos muchos - nos la suda mucho cómo se titula eso que tiene.

A Juan lo conozco de toda la vida. Un tipo listo. Y un poco caradura. Cada vez que lo veo le digo que me llame un día y se venga a casa a cenar. Pero el muy cabrito no lo hace, poniendo las excusas más peregrinas. En el fondo sé que le asusta enfrentarse a los nueve, aunque debería haberlo superado, porque viene también de una familia con un montón de peña. Pero bueno, ya vendrá. Es del Barça a morir, le encantan los parques zoológicos y es como mi hermano. De hecho, el otro día nos descojonábamos de risa recordando cuando le acompañaba a la piscina hace ¡treinta! años en un coche (una cafetera) que, en la subida a Montjuic, se paraba cada cien metros. A veces pasábamos de ir y nos pulíamos la pasta que su madre, la queridísima María, nos daba para la piscina. Es un tipo encantador y divertido. Y sí, tiene una parálisis cerebral que le afecta al movimiento y le impide hablar pero desde luego, no le impide comunicarse. Y sí, también es amigo mío.

Aunque no me gusta tener muchos amigos, estos han tenido el detalle de acogerme en sus vidas y ahí están, dándome lecciones todos los días. No sé por qué coño se empeñan en adoptarme gente que me supera tan claramente en todo. Pero sería del género gilipollas quejarse por las cosas buenas que le pasa a uno, así que me voy a callar.

He hablado de dos de mis amigos, pero podría hablar de otros muchos, gente muy querida que tienen hijos o hijas con una deficiencia física o psíquica y de los que uno no ha oído nunca la más mínima queja. Todo lo contrario. Y sí, no tengo dudas de que, a diferencia de ellos, hay gente que maldice su suerte, pero me temo que estos maldecirían su suerte de igual manera aunque tuvieran niños en plan raza aria, perfectos, guapotes, cuadrados y gilipollas.

Pero claro, hasta aquí. Estos son mis amigos, algunos de ellos tienen una deficiencia psíquica o física, pero de alma andan fenomenal. Y como ellos andan fenomenal, hacen que el resto funcionemos mejor. Es lo que tiene el asunto.

Luego están los subnormales. O sea, toda aquella gentuza teóricamente normal que, chapoteando en el lodazal de la miseria intelectual y espiritual, habitan ese inframundo donde el ser humano es discriminado, señalado, seleccionado, humillado y, en último término, masacrado. En España parece que han decidido no matar a los que, habiendo nacido, tienen alguna deficiencia (aunque les ponen las cosas muy jodidas, para que se sepa que estamos en el puto tercer mundo), pero esta gentuza que nos desgobierna y nos ha desgobernado han gestionado la cosa para que la única alternativa que se le da a una mujer embarazada de un niño con alguna deficiencia sea la muerte del niño. Para defender un sangriento negocio. Para defender – dicen – la libre voluntad de la madre de matar a su hijo, cuando pocas veces esa voluntad es libre, ya que todo el entramado político-social-sanitario lleva a que la decisión "apoyada" sea la de matar al hijo. Sin más.

Yo no soy muy listo, pero juro por Dios que mi inteligencia me da para saber que esos políticos de cuarta, esos médicos, biólogos, psicólogos y toda esa patulea con títulos que se los saca cualquiera que no sea imbécil, no tienen, ninguno de ellos, autoridad alguna para decidir si un ser humano es más o menos que otro en función de las deficiencias o menores capacidades que puedan tener. Y aunque de iure todo es muy bonito y suena todo a liberté, égalité y fraternité, de facto todo el sistema socio-sanitario es un puta máquina de matar inocentes.

Así que en el día de las personas con Síndrome de Down lo único que digo es que menos hablar y menos celebrar este día, y más hacer política de apoyo a la mujer embarazada, más hacer políticas de integración real de las personas con discapacidad (monstruos, en terminología de la lamentable Regàs) y menos sensiblería formal y menos cuchillo de fondo y más escuelas, más ayuda, más apoyo, más investigación, más comprensión, más humanidad.

No necesito ver el cuchillo para identificar a un matarife.

Sólo tengo que oírles hablar.

Más humanidad.